Recién había salido yo de la universidad, hacía mis pininos como nuevo profesionista cuando me gané la oportunidad de que me dieran responsabilidad en otra ciudad. Soltero y con ganas de comerme el mundo a puños no lo pensé dos veces, acepté de inmediato. Era el otoño de 1988.
Llegué a una nueva ciudad para mí, envestido de líder de un proyecto de expansión. Era joven, con una aceptable posición y, con sincera modestia, no mal parecido. Bueno, al menos no me iba mal con las chicas, solo había un pero, en ese entonces mi prioridad era escalar peldaños en mi vida profesional.
Los primeros fines de semana en esa ciudad me resultaban muy ordinarios. Con pocas amistades fuera de los compañeros y compañeras de trabajo, no encontraba gran cosa en que distraerme. En esa época me volví un cinéfilo solitario, pues era la actividad más recurrente que tenía. Otra actividad era deambular por los centros comerciales.
Y ocurrió que en busca de comprar unas camisas acudí a una tienda departamental. Distraído en encontrar una de mi agrado no reparé que alguien se acercaba sino hasta escuchar el clásico "buenas tardes, mi nombre es Mónica, le puedo ayudar en algo". Su sonrisa traviesa me cautivó. Vi a una mujer de facciones simpáticas, llena de jovialidad, más bien bajita, su minifalda me dejó ver unas piernas muy estilizadas, trabajadas en horas de ejercicio. Su piel morena hacía sintonía con el clima tropical de la ciudad. Cuando me dio la espalda para guiarme hacia donde se encontraban otras camisas pude ver lo armonioso de su cuerpo, su sensualidad al caminar, lo pronunciado de sus curvas, la estreches de su cintura y, lo mejor, lo respingón de su "culito".
Ahí nació nuestra amistad. Continuamente acudía a comprar camisas o, al menos, a observar las novedades.
Supe entonces que Mónica tenía 21 años y que tenía un novio de su edad que tenía muy pocas aspiraciones, pues había dejado de estudiar y más bien estudiaba que trabajo se acomodaba a sus pocas ganas de trabajar.
Al irme ganando la confianza de Mónica, pronto aceptó que la llevara en mi auto a su casa al salir ella de su trabajo. Había ocasiones en que despistaba al novio cuando éste acudía a buscarla y prefería ir a dar un paseo conmigo por la ciudad. Pronto empezaron las idas a algún cafecito o, inclusive, me acompañaba al cine. Ella quería continuar su noviazgo y yo más bien representaba su compañero de pinta. Para mi eso era ideal, no contraía compromiso y en cambio tenía una muy guapa compañía.
Como era de esperarse llegaron los besos entre nosotros. Diría yo que Mónica era una mujer sensual y ardiente, aunque eso sí, según me confió en una de esas, obsesionada en llegar virgen al matrimonio. Eran unas calentadas tremendas las que me provocaba ella, besaba riquísimo, me dejaba meter mano por donde quisiera, pero nunca permitía lugares privados para nuestros encuentros. Lo más fue una vez que utilicé el pretexto de ir a comprar ropa, ella por supuesto que me atendió. Estando en el probador le hice ir por más prendas, al querer pasármelas, la tomé del brazo jalándola hacia el probador. Ahí la besé y la acaricié por todos lados, desabroché su blusa, le subí la falda, lástima que usaba ese día pantimedias. Aún así pude ver su tanga y pasar mis manos por su vulva. Lamentablemente reaccionó, se acomodó su ropa, arregló su pelo y salió como si nada hubiera pasado dejándome a mí adentro con una impresionante erección y un enorme dolor de testículos.
En una ocasión, aprovechando su día de descanso, le propuse un paseo por algunas maravillas naturales de la región. Aceptó de inmediato gustosa. Salimos temprano de la ciudad. Ella estaba encantada con los ríos, lagunas y cascadas que recorrimos y con los besos y pocas caricias que nos dábamos. Comimos en un pueblito muy pintoresco y decidimos regresar a la ciudad. Conduciendo por la carretera descubrí un motelito. Sin pensarlo me metí. Ella se sorprendió y se negaba a bajarse del auto. Tuve que argumentar que me había dado mucho sueño y era necesario que descansara un rato, de lo contrario sería muy peligroso conducir en esas condiciones. Al fin aceptó. La habitación sólo tenía una cama y un televisor que poco o nada dejaba ver de la transmisión.
A ella le gustaban los besos, así es que decidí no perder tiempo. Fueron unos besos candentes y unas caricias cada vez más subidas de tono. Empecé a desnudarla, ella también empezó a desnudarme. Le quité el jeans y la blusa. Intencionalmente la dejé con el sostén y la tanga. ¡Que cuerpazo tenía! Sus nalgas lucían de maravilla. Ella fue mucho más rápida que yo ó yo más fácil que ella, el caso es que me desnudó totalmente.
Nos acariciábamos, nos besábamos. Ella acariciaba mi pene. Se había excitado mucho. Por fin pude desnudarla también, descubrí así su intimidad cubierta con una cantidad moderada de vellos en forma natural, pues en ese entonces eran pocas las chicas que se depilaban esa zona. Entonces besé sus senos, sus pezones, su vientre, su espalda, sus piernas y sobre todo, sus nalgas paraditas. Acaricié con mi mano su vulva, gemía. Fui más osado y froté con delicadeza su clítoris. Ella se retorcía de placer y alcanzó así un orgasmo. En ese momento me sentí seguro, me coloqué un condón y me dispuse a penetrarla para alcanzar también el éxtasis.
Pero ¡oh, sorpresa! Eso pareció devolverle los sentidos y reaccionó violenta. Como de rayo se levantó de la cama y se vistió. Fue tan rápida su maniobra que ni tiempo tuve de reaccionar hasta verla vestida. Volví con un nuevo ataque de besos, pero nada. Media hora después supe que no habría poder humano que la hiciera cambiar de parecer.
Mi táctica entonces fue hacerme el ofendido. Le recriminé me hubiera alentado tanto para finalmente dejarme "desvestido y alborotado". Indignado la hice subir al auto y emprendimos la continuación del retorno.
Ya en carretera decidí no hablarle, quería que notara mi molestia. Sorpresivamente ella empezó a ponerse melosa. Yo la rechazaba. Ella insistía en recordarme su promesa de llegar virgen al matrimonio. Finalmente hizo algo que me sorprendió, gratamente por cierto. Se acercó a mi, besó mi cuello y orejas, pasaba su lengua por mi cuello, mientras sus manos desabrocharon, primero el cinturón, luego mi jeans. Recuerdo que era de botones metálicos. Lentamente desabotonaba uno por uno. Yo seguía conduciendo, aún me hacía el enojado. Terminó de desabrochar el jeans e hizo a un lado mi bóxer, tomó con una de sus manos mi pene, por supuesto potentemente erecto y empezó a hacerme movimientos masturbatorios. Era riquísima la sensación que experimentaba. Estaba a punto de eyacular cuando impensablemente para mí, se inclinó un poco y metió mi pene en su boca. Jamás esperé eso. Suavemente y con maestría metía y sacaba mi pene de su boca. De repente se lo introducía casi hasta la base, casi tocaba mi zona pélvica con su boca. En otras ocasiones empezaba a hacerme una especie de succión. Yo me sentía en la gloria. Yo seguía conduciendo y cuando estaba por eyacular quise alertarla. Ella pareció no darse cuenta de mi advertencia y continuó con su maniobra. Lógicamente no pude aguantar más y eyaculé. Ella sólo paró sus movimientos, dejó inmóvil su boca y para mi sorpresa se tragó la enorme cantidad de espermas acumulados por todos los calentones que me dio.
Después de eso seguimos viéndonos por algunas ocasiones más. Nunca quiso perder su virginidad. De repente también, un día dejé de verla.
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